Monday, March 03, 2014

Larry y los castillos acuáticos

Ni llueve, ni seca, ni cala ni mece….  ¿Qué se supone que es lo que debo hacer? ¿Qué se supone que debo decir? No creo que pueda cambiar el mundo.

Voy saltando de pieza en pieza, dejo atrás los accidentes, y mientras tanto, Larry aparece con su eterna sonrisa de broma. Entre sus dientes, sus encías. Entre sus encías, el paso del tiempo. Bajo sus ojos, la redacción de la condena al detalle. Esas bolsas bajo las cuencas contienen todo el peso de mi angustia. 

Hubo un tiempo en que fui un joven más de la revolución, portaba banderas, corría con mis amigos por todas las calles del vecindario, picando de puerta en puerta, pidiendo a la gente que se sumara a nuestra causa. Entonces sí que creía que podía reescribir el destino. Los cielos eran grises, la llovizna era persistente, los paisajes urbanos herrumbrosos, y los naturales coronados de verdín. Y mientras tanto, nosotros corriendo, gritando, ondeando nuestras banderas, tomando los edificios más altos, clavando nuestra señas en las azoteas, escuchando nuestro propio eco retumbar en las avenidas. En nuestros tiempos muertos nos mirábamos las palmas de nuestras manos. Sangrantes y entumecidas. Entonces continuábamos nuestro camino.

Y lo que obtenemos es esta clase de presente anodino en donde quienes se atreven a  pensar más de la cuenta encuentran un abismo que invita a saltar a un vacío que tiene de todo menos su parte emocionante.

Lo que obtenemos son castillos ubicados en parques acuáticos.  Una broma más broma. Un despliegue de sinrazón tan descarado, que se parece más bien a una gran carcajada, irreverente para con nosotros.  Eso mismo veo en la cara de Larry, el de cuentas. El destino nos está ganando la batalla otra vez, y nos está haciendo olvidar lo que fuimos.

Me pregunto si las banderas seguirán ondeando  en los edificios más altos de la ciudad.


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