Wednesday, February 19, 2014

Lo que nos queda

Me pregunto el porqué de la intensidad de la dulce condena que es asociar un tema musical irremediablemente a un recuerdo determinado. Porqué, casi como sucede con los olores, cuando escucho aquella canción, se puede afilar tanto una memoria. Tanto que a veces puede llegar a cortar la corteza cerebral. Nos sucede a menudo. Es un sentimiento muy íntimo, una emoción que nos hace sentir únicos.  Pero ahí estamos todos, pasando por lo mismo.

Supongo que al final, una parte básica de nuestra vida se la vamos a deber a nuestra música, tanto como esta nos traslada a paisajes que ya nunca volveremos a pisar. Porque a menudo que avanza, la vida, es evidente que los recuerdos van ganando peso, y la capacidad de acción se va reduciendo. Nuestro bastión, lo que queda de nosotros cuando pensamos en lo que somos, pues, se sustenta en la armonía de unas notas en gran parte. Es un poder en el que hasta ahora apenas creía. La música, en realidad, fue mi enemiga hasta los 12 años. No la soportaba. Y ahora, mírala, se descubre como el camino para soportar tanta mierda. A veces incluso, me llego a preguntar qué tienen aquellos que no la sienten, o quienes no sienten el arte en general…


¿Qué tienen los informáticos que suben conmigo en el ascensor de L’illa, que les haga recordar quiénes son? ¿qué tienen los agresivos ejecutivos que torpedean mi camino hacia la octava planta en donde trabajo, que les  haga sentir mortalmente vivos? ¿Algo deben tener, no? ¿O se  trata sencillamente de la evasión de lo profundo? ¿acaso son doctos en la ignorancia del paso del tiempo? ¿Qué nos queda al final de nosotros mismos, que hable de nosotros? Es una pregunta muy difícil de responder. He ahí precisamente el eterno dilema: Preguntárselo, o no preguntárselo… ¿Qué nos hace verdaderamente  más felices en este camino?

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