Te ves feliz. Yo sin embargo, llevo mucho tiempo sin serlo.
Son las horas que me come el trabajo, son el ir de arriba para abajo, de abajo
para arriba, el tiempo que me ocupa tener que izar la bandera, dar las gracias
por existir a mi dios de manera, es el tiempo que me come fijarme en los demás,
el ir de aquí para allá, el no parar. Verás, hay tanta gente en la que fijarse…
lo más curioso es que si me fijo, lo suelo hacer por envidia o admiración. Muy
pocas veces solo me lleva allí la curiosidad. Son demasiadas cosas en las que
pensar. Y todas las proyecto hacia afuera.
Antes, cuando los mecanismos de mi razonamiento no los tenía
yo tanto por la mano, cuando aún no sabía bien cómo funcionaba mi cabeza, me
bastaba con vivir situaciones inusitadas en lugares irrepetibles. O ni siquiera
eso. Un colchón hinchable en el comedor del apartamento de mis abuelos, y la
compañía de buenos amigos. Las recreativas después, la película erótica de Telecinco
a las 3 de la madrugada…. No sé, ese tipo de cosas. Son punzadas en el corazón.
Lo que más rabia me da, es que aún no estoy muerto. Tengo cosas
buenas que ofrecer, y si algo me impide demostrarlo, es mi propio miedo y la corriente en la que
me he metido. No, no es que se me haya evaporado la inspiración y no vaya a
volver. A las puertas de los 30 aún se
pueden hacer cosas buenas, pero cuesta más creérselo, o cuesta más que te dejen
creer en ello, en ti mismo. A estas alturas, los teóricos deberes y las responsabilidades
para con el normal corso social se hacen tan persistentes que es muy difícil no dejarse arrastrar por lo
que “debe ser”.
Llevo toda una vida librando una batalla contra este tipo de
cosas, y mentiría si no dijera que la estoy perdiendo. Pese a todo, que no
festejen demasiado. Aún no han acabado conmigo.
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