Las medidas que toman, cada vez son más rigurosas. Los
ajustes que plantean, más difíciles de soportar, los muros que levantan ya ni
siquiera se esfuerzan en pintarlos de colores
verdes para disimularlos entre la espesura de lo que antes fueron nuestras
riquezas.
Al final, por arrebatarnos, sólo nos podrán arrebatar el
libre albedrío. Los colores y los sonidos e incluso la propia duda. Jamás se
nos volverá a erizar el bello si no nos dejamos llevar por las inquietudes que
nos asaltan en aquellos instantes fugaces entre tarea y tarea. No debemos
ignorarlos. No debemos pasar por alto el momento en que la magia nos golpea. No
debemos omitir aquel sentimiento difícil de explicar y encajonar. Al contrario,
debemos machacarlo, exprimirlo, debemos arrancar sus entrañas y desparramarnos
por encima sus tripas. Y cuando la duda asalte, nunca procures hacer lo que han
hecho los demás. Sólo preocúpate de perseguir el rastro de tu intuición, que no
es más que “lo que nos dejaron saber”, que no es más que “el abridor de la lata”.
Que no nos arrebaten el latigazo del corazón; el puñetazo de la felicidad, o el
mordisco de la pasión. Llámalo como quieras. Pero párate. Cuando lo notes
párate; es más importante verlo pasar que cazar una jodida estrella fugaz.
Depende de ti mismo y te puede dar lo que sueñas. Pero de verdad.
Hay lugares donde es más fácil sentir el alarido del color,
supongo. Yo voy a Calafell, ya lo sabes. Y me alegra sentirlo días como el de
hoy. Por eso escribo ahora mismo. Nunca me has conocido en este instante. Pero
ahora mismo soy capaz de todo.
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