Escucho su latido, marco la ubicación en el mapa, el mar se
calla: pronto echo en falta su rumor. De repente en la parte superior de la
popa, el viento encuentra un hueco en
donde ponerse a silvar. Ella empieza a respirar dificultosamente, algo la
anega. Apoyo mi cabeza en su estómago. Una roca, un mineral, o quizás algo
menos romántico, un plástico, por ejemplo. La cubierta está húmeda, y la
embarcación no puede avanzar más de 10 nudos por hora con el peso de ella.
Vuelvo a recostar la cabeza en ella, ahora un poco más cerca de su parte superior.
Acaricio su aleta. Noto su pulso lento, y tengo la sensación de que no
aguantará el trayecto hasta la costa. Pienso en usar la radio para llamar a una
embarcación de mayor eslora y potencia, para que venga a recogerla y se haga cargo.
Es preciosa, pienso. Es preciosa y brillante. Y entiendo a
quién pudo a llegar a creer en ellas… la acaricio, me atrevo a acariciarla, y
noto que me habla. Me dice que no tiene nada, que nunca ha tenido nada y que
por eso eligió el mar. Tener nada no te ata a nada. La verdadera libertad duele
más que la herida que le ha causado el objeto que la ha traído hasta aquí. ME
dice que yo soy de los pocos que puede entenderla, y a medida que habla, su
curvatura se va pronunciando, y su melena se dora. Allí tirada, ángel de dios, me
explica que nada es nunca lo que parece. Que me lo digan a mí, le contesto, que
ahora que la veo no parece para nada aquello que he recogido del mar. Ella
sonríe, me dice que le parezco tierno, y que una vez, ellas y nosotros
compartimos hogar. Le pregunto que cuánto hace de eso, y entonces me contesta
que fue” hace dentro de diez mil años”, que no me preocupe. ME dice que no
cuente nada de eso, que sólo creerán que estoy loco. Que guarde el secreto
junto al mar, y que si alguna vez siento la necesidad de compartirlo, me
coloque en la borda, y lo comparta cuando tenga la certeza de que no hay nadie
más cerca.
Ya lo sé. Ya sé que hay cosas que merece la pena guardarse.
Ella disiente, tose, mi cabeza se desliza por su masa viscosa, resbalo, pierdo
el equilibrio y caigo al suelo. El mar se ha enfurecido de repente y ella ya no
está. No me importaría ser engullido por la tormenta. Nadie me espera, y yo, lo
poco que puedo esperar, está al borde de la fantasía.
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