Tuesday, December 03, 2013

PsaicaMar

Escucho su latido, marco la ubicación en el mapa, el mar se calla: pronto echo en falta su rumor. De repente en la parte superior de la popa, el viento encuentra un hueco  en donde ponerse a silvar. Ella empieza a respirar dificultosamente, algo la anega. Apoyo mi cabeza en su estómago. Una roca, un mineral, o quizás algo menos romántico, un plástico, por ejemplo. La cubierta está húmeda, y la embarcación no puede avanzar más de 10 nudos por hora con el peso de ella. Vuelvo a recostar la cabeza en ella, ahora un poco más cerca de su parte superior. Acaricio su aleta. Noto su pulso lento, y tengo la sensación de que no aguantará el trayecto hasta la costa. Pienso en usar la radio para llamar a una embarcación de mayor eslora y potencia, para que venga a recogerla y se haga cargo.

Es preciosa, pienso. Es preciosa y brillante. Y entiendo a quién pudo a llegar a creer en ellas… la acaricio, me atrevo a acariciarla, y noto que me habla. Me dice que no tiene nada, que nunca ha tenido nada y que por eso eligió el mar. Tener nada no te ata a nada. La verdadera libertad duele más que la herida que le ha causado el objeto que la ha traído hasta aquí. ME dice que yo soy de los pocos que puede entenderla, y a medida que habla, su curvatura se va pronunciando, y su melena se dora. Allí tirada, ángel de dios, me explica que nada es nunca lo que parece. Que me lo digan a mí, le contesto, que ahora que la veo no parece para nada aquello que he recogido del mar. Ella sonríe, me dice que le parezco tierno, y que una vez, ellas y nosotros compartimos hogar. Le pregunto que cuánto hace de eso, y entonces me contesta que fue” hace dentro de diez mil años”, que no me preocupe. ME dice que no cuente nada de eso, que sólo creerán que estoy loco. Que guarde el secreto junto al mar, y que si alguna vez siento la necesidad de compartirlo, me coloque en la borda, y lo comparta cuando tenga la certeza de que no hay nadie más cerca.


Ya lo sé. Ya sé que hay cosas que merece la pena guardarse. Ella disiente, tose, mi cabeza se desliza por su masa viscosa, resbalo, pierdo el equilibrio y caigo al suelo. El mar se ha enfurecido de repente y ella ya no está. No me importaría ser engullido por la tormenta. Nadie me espera, y yo, lo poco que puedo esperar, está al borde de la fantasía.

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