No, no es que esté mal. Me han enseñado a pensar que no es
que esté mal. No es que esté yo mal. Me han enseñado que hay una ciudad
solitaria, y es allí donde debo dirigirme. De camino a ese lugar, atravesada me
he encontrado la villa de Calafell. En ese pueblecito, los asuntos pendientes y
las promesas por cumplir aun tienen cierto peso sobre mi espalda. Pero creo que
allí, se empieza a estar bien. Nunca, nunca antes, había notado tan claramente
todo lo que me falta. Algunas cosas me abandonan. Me abandonan. La que más me
preocupa es la frescura, que va de la mano de la motivación por el día a día.
Todo ello acaba afectando a mi capacidad creativa.
Antes veía más que personas, cuadros. Furia y dentelladas.
Podía machacar a cualquiera sólo por su aspecto. Cada visión era incisiva y
profunda. Veía los objetos y los animales detrás de las personas. Viajaba
llevado por la rabia y la potencia a lugares maravillosos.
Mi piel actualmente es amarillenta, mi tez desprende aroma a
muerte. La luz del flexo es la luz de mi vida, enfermiza, cerrada, viciada y
vacía. Llena de polvo. Yo en su día creí que las cosas llegarían solas. Pues
bien, aquí estoy anclado en mis propios anhelos.
Algo debe cambiar en la ciudad.
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