Thursday, December 05, 2013

La protesta más dulce


Venga, ven aquí, acerca tu mano, apóyala sobre mi pecho, apoya tu cabeza, déjate llevar por la suavidad de un ritmo incesante, déjate seducir por las luces de color. Es tarde, ya lo sé, pero la música va a seguir sonando el tiempo suficiente para dejar de pensar en ella. Va a sonar lo suficiente para que dejemos de estar pendientes de todo lo demás y nos dediquemos a navegar por un mar en donde sólo estamos tu y yo, y la brisa que mece nuestro espacio.

Los compañeros toman cerveza, ríen, parecen pasarlo bien, y al fin todo cuadra.

Aquí nunca se hará tarde. Todos irán pasando, y nosotros seguiremos en el mismo lugar, bien juntos, balanceándonos levemente, de un lado al otro, al son de una música que ha dejado de preocuparnos.

No se te ocurra, no se te pase por la cabeza lo que hay ahí fuera. Creo que lo hemos visto suficientes veces. Desespero, mucha velocidad, rivalidad, ansias por llegar a algún lugar, el que sea. Egoísmo.

Con nuestras manos entrelazadas, y tu cabeza en mi pecho, Pedimos que dejen, los de ahí fuera, que nos rindamos. Pedimos, por favor, que dejen que nos demos por derrotados, pedimos que nos olviden, que nos dejen tirados, que nos declaren  vencidos, que nos expulsen de sus vidas.


Así, bailando entre el gentío, tan discretamente como el viento que sopla en una mar en calma, lanzamos el manifiesto  más salvaje: no merece la pena existir para nadie más.

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