En el momento en que te cansas de las mejores cosas, en el momento en que desconfías de tu alrededor, en el momento en que sólo te tienes a ti, y te acusas por quererte demasiado; por llevarte hasta el último extremo. Ese espacio en que ya nadie te sigue. Un lugar en el que no te preocupa saber si lo has hecho bien o mal, no te preocupa saber si eres bueno o no, sencillamente porque no hay nada ni nadie más.
Es lo que pasa cuando vas muy rápido; rompes la barrera de lo social, de lo concebido.
No me voy a volver un salvaje, no me voy a poner a comer bananas… pero sí que me voy a sentir miserable y asocial. ¡Deja que me sienta así!
A veces te sientes único por ser querido como nadie; a veces te sientes especial por ser incapaz de entregarte a nadie; pero cuando esa persona sobre la cual te pensabas que tenías el control te hace lo mismo, te trasladas repentinamente a aquél mundo justo e ideal según tú mismo: El lugar donde nadie se entrega a nadie. El lugar fácil, seguro, en donde no hay nada que reprochar a nadie.
Pero ese lugar tan justo es dificil de soportar cuando es perfecto, ¿eh? Cuando las luces y sus destellos perdiéndose en la oscuridad son lo único que te queda; los sonidos de la ciudad y de tus pasos al caminar es lo único que tienes, cuando sabes que realmente no hay nadie siguiéndote después de haberte tenido… resulta que tú también eres un poco humano.
27 años; suficiente de lo de antes.
Tengo que ponerme a hacer los deberes y encontrar retos incesantes en una sola persona.
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