Tuesday, September 02, 2008

Esquela 187: Peque despedida

Avistando el pájaro inteligente, y esperando a que las montañas abran surcos en las llanuras, para hacerse así, con el paisaje.

A veces me castro los pensamientos, las penas y las inquietudes, y logro fijarme en los maletines de cuero, en los contratiempos de última hora, y en los taxis disponibles en las cercanías.

Otras veces, se me empina la pasión por lo desconocido y lloro salchichas de afección matutina. "Siempre yo", "siempre yo", dirían los más fervientes defensores de la inquietud standard.
Y el techo ha de estar en alguna parte. Mi expansión no debe ser infinita. Lo sé. Temo no percatarme del momento en que deje de aprender de verdad.

Sí, ya sé que las hojas de los árboles, los gestos de los desconocidos, los silencios de la cocina, siempre van a estar ahí, y nunca, los unos se van a parecer a los otros....

Pero quizá, habrá un momento en que por fin yo, entre todo aquél salteado de instantes, aparezca. Aparezca definido ante mis propios ojos. Entonces todo habrá acabado. Y si las inquietudes se marchan de una vez por todas, no me debería preocupar que el momento llegara. Porqué seré como un viejo senil. Seré al que menos le importe el haber perdido todas mis ansias de conocer. ¿A quién voy a dañar, cuando deje de crecer? Aquí, en mi cabeza no hay familiares a los que adolecer, reventándoles los miembros desde mi propia memoria. En mi cabeza solo estoy yo, multiplicado por dos.

Estoy Yo, y el que Creo Ser. El que Cree Ser Yo adora al Yo, y será el único que llore la ausencia de este, cuando el Yo ya no pueda absorber más. Pero es que si el Yo desaparece, el que Creo Ser Yo también lo debería hacer... espero que así sea, porque si no, me pasaré el resto de mi existencia lamentándome de lo que podría haber sido y nunca fue.

Cuando el que Yo Creo Ser vea desde la platea al verdadero Yo definido, moribundo y sin nada que ofrecer, espero que desaparezca del teatro.

Mi muerte como poeta necesita la intimidad absoluta.

Y entonces, siempre estaré castrado del todo. Ciego. Mejor así, no? empezaré a hablar de mi, creyendo conocerme del todo. Quizá incluso llegue a creer que conozco las otras personas. Quizá muera feliz en la ignorancia que no va de dentro a fuera, si no que va de dentro a más adentro. Ignorancia hacia mis propias capacidades, que por entonces ya estarán atrofiadas.

Lo único que lamento de esta muerte anunciada, ahora que reuno los últimos colgajos de lucidez, es el olvidar la sensación que me aportaba el cielo azul o grisáceo. Y con esto me refiero también a todos los detalles de los que alguna vez me hube enamorado cuando aún me expansionaba.

Cualquier cosa valía. El gesto de un desconocido, el silencio en la cocina, las hojas de los árboles....

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