Más que fundirme, choco contra los posters manga de alguna serie, rozo la luminosidad misma de los faros de acuarela, y cavo a fondo dentro del papel gavarro, para dar con tu tesoro.
Empaquetaste las cosas muy rápido de nuevo, haciéndome seguir formando parte del laberinto que siembras a cada paso que das, ayudada de tu blusa que corta mi respiración, y después el resto del viento.
Tengo la sensación de estar permanentemente en el periodo de prueba, tengo el sentimiento que tiene un seminarista el primer día que expone su complicada tería acerca de la vida... y los jueces que hay ahí delante, se han ido pasando el secreto de tu amor de manera ancestral.
Y sí, solamente tu luz sirve para aclarar las cosas. Esa luz que aparecía cada vez que caíamos dormidos en la piedra fría, cada vez que te recogías en mí, cada vez que pendías la luna de un hilo...
Nunca lo había visto de esta manera tan humana. Pero hoy me entrego a las percepciones más básicas. Son tus ojos, tus llaves, el pelo que parte tu cara en maravillosas piezas resueltas y por resolver. Y a menudo me quedo sin aire que cada vez que veo cómo te alejas, caminando de espaldas y atravesando el tiempo.
Míranos ahora, tendidos juntos de nuevo, arropados entre nuestros propios susurros... quién iba a decir que el vértigo se siente igual desde arriba que desde abajo.
Por favor, no te alejes una sola vez más.
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