Wednesday, September 05, 2007

Esquela 86: Pin y Pon y los secre-recuerdos

Ayer, al dar de nuevo con los viejos recuerdos que por pendientes llevabas, se me revolvió plácidamente el estómago. Para mí, ya no eres quien eras. Hace tiempo que dejamos de gustarnos, pero sin embargo, hay cosas que no pueden cambiar nunca. Como la sonrisa que tienes. Sigue hablando igual. Sigue desatando el mismo flujo de alegría cada vez que emerge debajo de tus ojos. Y quien dice ojos, también puede hablar de rías, o de muelles tristes y lluviosos. De manos entumecidas, de cientos de nudos marineros que jamás ya, atinaré a descubrir. No te apures, no me importa.

Si hay algo que me puedo retraer, es la manera en que acabó nuestra historia: murió sin fuerza, no dió ningún bandazo, se hundió progresivamente en la indiferencia que caracteriza a dos personas muy contenidas pero que tienen demasiado de que hablarse.

Y decía que te vi, y cuando nos despedimos de nuevo tan fríamente, no tuve agallas de mirarte a los ojos. pero cuando el coche empezó a avanzar y tú continuaste a pié por la avenida, encontré el valor para sopesar tu espalda de soslayo. Aguanté y aguante hasta que la caprichosa perspectiva me trajo de nuevo tu cara.

En el momento que tú, fuganzmente, te decidiste a escrutar a través del cristal del vehículo (quizá para lanzar una póstuma, tierna, cálida y criminal sonrisa), me di cuenta de que no iba a soportarlo, y rápido, apunté de nuevo al frente, solo para evitarte a ti, y ante todo a tus labios. Y así condenamos nuestra historia, después de su revisión.

La dejamos igual que estaba.

Conociéndote sólo un poco, sé que quizá, por tu condición de mujer perteneciente a tierras de "recuerdo-anclaje", evocaste las muchas noches en que salimos y me comentabas a ciegas algunas pocas cosas acerca de mis rasgos o de nuestras situaciones. Hubo una vez una ventana en cuya repisa te recostaste. Allí me musitaste la primera cosa que recordé ayer al verte.

Qué más da. Dimos una oportunidad a nuestra relación por su buena conducta. Revisamos el caso, y decidimos que la condena permaneciera, que la indiferencia reinara y que el recuerdo nos anegara. Quizá por miedo a que al salir de nuevo a la calle, la acusada nos matara de amor.

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