Tuesday, May 09, 2006

Esquela 14: La tristeza de haber vivido

Esta noche estoy nervioso. Ya me entiendes, estoy irascible, salto a la mínima. Tengo un mal día y peor noche.
Busco soluciones en donde no debería.

Pedro escribe mientras grita. Pedro no domina su mano. Ella va sola, a su aire. Por fin lo ha conseguido. Pedro lo ha conseguido. Su mano escribe sola. Él no tiene necesidad de salir de su refugio. Uno se recoge, y una vez recogido, debe morir.

Su muñeca escribe y él se puede dedicar a la fina línea que separa todas las cosas. Al límite que fecunda al mundo.

Es la zona limítrofe entre todos los cuerpos, entre todos los pensamientos, la impartible.

Entre el negro y el blanco hubo gris, entre el gris y el blanco hubo algo, y entre el ago y el blanco... y yo qué sé. Solo lo sabe Pedro.

El cielo se pone rosa en las tardes de verano.

De pequeño quedaba con los demás sobre las siete de la tarde. Hacía calor. Lo que más le gustaba era celebrar los cumpleaños de sus amigos: Coca-cola, chetos, fanta, y un cartón de cigarrillos a escondidas.

Era muy divertido. Ahora lo recuerda y no puede evitar que se le escape una sonrisa. Se le eriza el bello y es capaz de darlo todo por regresar allí.

Ellos solían ser buenos ante sus madres, se dejaban hacer la raya en medio con el peine de púas finas que ellas atinaban a dar uso con tanto amor.

Él salía dando saltos de felicidad de casa, el sol suspiraba tras los cerros (tan propensos a los incendios por aquellas fechas).

Se metía en el bosque con los demás y empezaba a mezclar los zumos con el alcohol. Entonces, juntos desenterraban las revistas eróticas. El mayor de ellos, con una deficiencia mental considerable, empezaba a leer un relato acerca de una muchacha que jugaba con el mango de la ducha.

Oían esa historia cientos de veces... tantas, que ya la creían a juego con el olor a pino y a las idas y venidas del tren regional que pasaba cerca de allí.

Nunca llegaban al final del cuento; abrían el resto de las revistas con ilustraciones y los cómics y se empezaban a masturbar.

¿Y qué hay de malo? ¿Y qué hay de malo si no hacíamos daño a nadie?

Yo, como el resto del mundo, quiero agarrar una vida normal: respirar, comer y querer, en mi caso, a una mujer.

Perdonadme! Perdonadme si no soy lo suficientemente frío como para evitar llorar pensando que cuando era joven, todo era mejor, todo era mágico, todo era como una puta hoguera de verbena en donde la leña ardía junto con cualquier emoción que le echaras.

Ahora ya no tengo nada, solo las cenizas de todo aquello. Me agacho con torpeza. Soy alto y me agacho con torpeza. Reúno los vestigios de lo que fue. Me mancho las manos porque entretanto que noto la textura suave y pasada de la montaña de polvo, caen lágrimas de los ojos que se funden sobre ella.

Río. Empiezo a reír de tristeza. Suelto las carcajadas que suelta un viejo arrugado, enjuto y desnudo el día de su juicio final. Jadeo y me desgarro la voz, me caen mocos llenos de angustia de la nariz, soy incapaz de tragar saliva y mi lengua esta tensa como el pene de un perro excitado. Aspiro fuertemente y mis fosas nasales se dilatan. Llega el silencio solo interrumpido por los débiles aullidos de chucho apaleado que soy yo. Los finos hilos de la incomprensión pueblan todos mis recovecos y me empujan hacia el lugar anhelado.

Indefenso ante las natas propinadas por quién sabe quien, la obviedad por fin se hace.

Luego, ya sé para qué vivo.

Vivo para recordar. (además recuerdo para vivir, fíjate tú qué cosas ¿eh?, ¿Tomamos un café?)

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