Me gustaría ser un
maestro del equilibrio. Pero no un Yogui. Un maestro del equilibrio, solamente.
No hay necesidad de ejercer de mensajero, ni de bajar la llama de los cielos,
para alumbrar la oscuridad que se cierne sobre nuestra especie.
Maestro límpido, allí
donde nunca acaba la inconsciencia. Allí donde se obra por el placer de descubrir...
Dónde el respeto y la
admiración por todo lo que a uno rodea, danzan alegremente y se expanden como
el pigmento de la acuarela que mancha el agua de un sutil pinchazo.
Hoy querría intentarlo,
querría ser el junco que se mece; Sí, el agua que fluye meandro a meandro, contorneándose
hipnóticamente y jugando consigo mismo. Hoy querría dibujar formas de las que
nadie me ha hablado. Formas que nunca antes hubiera concebido...
Pero es muy difícil. Es
tan difícil esa suerte de arte en donde te mides contigo mismo....
¿Porqué gritamos tanto?
¿Porqué coño gritamos tanto?
Quiero meterme dentro
de mi mismo, recostarme en mis entrañas o expandirme obviando lo innecesario.
Quiero disfrutar de mis
sentidos, de la paz, de la reflexión, sin necesidad de pensar ni siquiera en el
porqué, ni en el cómo ni en el qué....
Dinamitar lo racional
sería osado, quizá con establecer un canal directo entre lo de dentro de mí, y
lo de ahí fuera, se convirtiera al final en un punto único, el nexo de un
pequeño universo amplificado y repentinamente desdoblado. Así, la sorpresa
llegaría. Y colocaría esos hilos que flotan en el aire y ese polvo que solo
reflejan los rayos del sol, de una forma determinada en que no solo ellos
cobran sentido, si no que dotan de una connotación nunca habida a lo hasta
entonces conocido.
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Cómo me gusta cuando
pasa eso… Qué vivo me siento, ¡Dios!
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