Wednesday, April 02, 2014

Autopistas a ninguna parte

Tengo muchas cosas que decirte. No sé por cual empezar. Aunque el camino sea largo, no sé por cual empezar. La ruta seguramente es incorrecta. Nos lo dijimos desde el principio, y aún así, la enfilamos entusiasmados. Llovía. Siempre llueve. La tristeza se adivinaba cálida, sin embargo. Eterna. Es en esos instantes cuando sabes que juegas con fuego. Cuando llueve y no molesta. Habría muchos pasajes. Nos separarían grandes torres contra las que los mortales difícilmente pueden prestar batalla.

Éramos ciegos, nos tocábamos a tientas. Descubríamos temerosos cada rincón de nuestro cuerpo. Las caricias nos susurraban verdades que las palabras sólo podían soñar. La torpeza jamás fue tan dulce… Todo era demasiado delicado, todo pendía de un hilo frágil que se podía quebrar en cualquier momento. Cada roce podía ser el último. Así es como aprendimos a querernos, conteniendo el olvido, desprotegiéndonos ante nuestros miedos, y por supuesto, asumiendo una especie de derrota anunciada.

Cuantos más centímetros de tu cuerpo recorría, me sentía más desorientado, más abrumado… hasta el punto de perder la noción entre la realidad y todo lo demás. Y así, mientras te viajaba, desaprendí. Desaprendí hasta ni siquiera saber si lo que sentía era dolor o placer. Si lo que me embriagaba era la nostalgia por algo que nunca había vivido, o una ilusión que había venido para quedarse el tiempo suficiente para calarme las entrañas y arrancármelas después.

Méjico, la costa oeste, tu espalda… autopistas hacia ninguna parte.

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