El Cirio. Tengo que volver a visitar el cirio. Tengo que
arrodillarme. El gran cirio me debe una explicación, o por lo menos, yo le debo
a él una convalecencia. Quizás, por primera vez sea yo el que tiene algo que
contarle.
Volveré a recorrer el camino de tierra con la bicicleta,
pasaré algunos campos y huertos. De nuevo, perenne él, me esperará en el mismo
lugar de siempre. Como cada vez que lo visito, perseguiré su sombra con mi
mirada. Después localizaré el sol, y me alinearé con él y con el gran Cirio.
Como siempre, los tres elementos. El cirio es el eje. El sol a un extremo y yo
al otro. Sentiré la soledad, la nada, el vació la contención. Solo allí puedo
descubrir qué es lo que realmente me mueve.
Con esperanza, esperaré que una vez allí, quiera contar
al gran Cirio aquello que haya ido a contarle.
Después habrá fiesta en la torre, y acabaré como a mí me
gusta: identificando los puntos oscuros donde no haya atinado a colocar mis más
intensas vivencias. Solo que esta vez no habré ido hasta allí para
contemplarlos, habré ido para lanzar la peonza o rellenarlos con argamasa
fresca y así poder reventarlos a cañonazos de color.
No me preguntes cómo se hace, porque igual quiebro el
hechizo. Pero es más sencillo de lo que parece.
En el Cirio, oscuro, vacío, el canto a la contención, el
Silo Supremo, allí es donde me voy a reencontrar con los asuntos pendientes.
Allí es donde rindo cuentas. En ningún otro lugar.
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