Pienso que soy capaz de sorprenderme de lo que me sucede.
Hoy tengo esa certeza; la de que los hechos me pueden sobrepasar, pero no de la
manera más ególatra, si no de la manera más indiferente. Quizá por eso ando tan
aturdido.
Lanzar un suspiro, seguir caminando; pensar que el tiempo
pasa, y que es probable la existencia de
las almas. Eso es lo primero que me viene a la cabeza. Después aparece mi madre
preparando pucheros. Me pongo música y me consigo relajar. Bebo de la música de
un modo más atolondrado del que cabría imaginar. Estaba sediento, parece que
moría de sed. Necesitaba esta agua. Ahora puedo seguir caminando; por fin, el
sol en la cara sienta bien.
Que no soy el que era es algo evidente. Que tu cuerpo es de
tubo, es algo que salta a la vista. Que si me hubieses querido querer, yo
hubiera salido corriendo, es la historia de siempre. Que te vayas sin decirme
adiós es algo mucho más inesperado. Quizás no soy tan bueno.
Por un momento he creído que el oleaje me aplastaba los
huesos contra la arena, que era uno más de esos guiris estoicos que flotan impasibles
en la costa marítima de Lloret. Uno de aquellos que no temen que les sobrepase
la muerte.
Tu cuerpo de tubo, hija, tu cara de pan. Aún así, he de
mirar en lo más profundo de mí y averiguar qué me gustaba de ti. No era tu voz,
eso seguro. Tampoco me entusiasmaba precisamente que hablaras de trabajo a
todas horas. Lo que me gustaba era que me invitaras a tu rulot imaginaria, que
tendiéramos la ropa juntos. Lo que me gustaba es que me ofrecieras beber de tu
sexo en el momento menos esperado, o que te mostraras repentinamente segura
acerca de las muchas cosas que podríamos conseguir juntos. Eso era lo mejor de
ti. Algo que no se encuentra fácil.
Lo fácil es saber cómo me encuentro: Te vas sin avisar y de
repente pasas a importarme mucho. De haberte quedado como hace dos semanas, te
hubiera enviado a tomar viento tarde o temprano. Soy como los demás, y si se
trata de una fase, es una fase que dura desde que existo.
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