En la ducha cae la sangre reseca, me descostro de las falsas
heridas; la sangre que hay en mi cuerpo, no es mía, pero casi duele tanto como
si lo fuera. El plato de la ducha es mi redención, mi entrega, mi causa; el
mango de la ducha, el cordón umbilical que me lleva de vuelta a casa. Hoy me
siento eternamente vivo, la oscuridad me abraza y el momento es tan difuso desde el principio hasta el final, que aquí caben videojuegos y religión en un
solo cajón.
Me quito la sangre de otros de la piel; Hoy quiero ser padre, tan solo para buscar
ese momento en que te confiesas a tu hijo; en que le pides perdón por haberle
traído a este mundo, ese momento en que te arrodillas ante tu extensión; y te
pides perdón; ese momento en que partes la concepción; en que la sangre se
espesa más que toda la tinta del mundo; El sabor metálico del rojo profuso en
mi lengua; las operaciones y las enfermedades más diabólicas; los papeles del
concurso; el dolor que he causado; Todo, aquí, en esta ducha, es uno;
No tengo dinero para contentarte, no tengo fortuna que
compartir contigo; tu te quitas los calcetines con suma sensualidad, porque
sabes cómo me gustan tus pies; yo pienso en la religión; en lo que me ha traído
hasta aquí, y de nuevo en la confesión; en el momento en que me arrodillo
frente al hijo que vamos a tener después de esta noche; El pelo negro y espeso;
la ilusión entrelazada con la perversión; el olvido de lo correcto, de lo justo
y de lo adecuado, la droga de dejar de ser humano; de sentirse un rincón lleno
de mierda en la estampa última; Estoy en el lugar; Soy un caballo; tesón entrega. Soy la máxima expresión del
cansancio de ser humano. ¿Me puedo quedar con las emociones, por favor? Todo lo
demás, lo devuelvo.
Devuelvo mi cuerpo y mi alrededor; devuelvo esta mierda de
gente; devuelvo esta mierda de tiempo; este espacio oscuro. Me quedo solo con
la emoción de follarte, de tirar piedras y causar la muerte, como una luz que
se apaga. Me quedo con el pesebre de las
sombras, con el temor de haberme mirado hasta el fondo.
Estoy en el maletero; en el maletero de mi propio auto. El
que conduce vuelvo a ser yo; Quiero deshacerme de mí; quiero ver cómo me
deshago de mi cuerpo; mancharme las manos de la sangre de otro, que soy yo;
quiero ser un perro de presa para
conmigo; Apuntar como apuntaría un crío con la pistola de su padre; Ser ese
mocoso que no tiene miedo de disparar, para poder meterme una bala en el culo.
Hoy estoy muy, muy sucio; Y esta ducha no sé hasta qué punto cumplirá su cometido;
Hoy querría empujar al hijo de puta que me empujó, para que se quedara
atravesado en las puertas del ascensor mientras empieza a ascender.
Puestos a
pedir; me gustaría que de torso en adelante, se quedara dentro del ascensor,
para ver su cara de incomprensión mientras sus tripas se desparraman por la zona; No voy a seguir;
hoy soy un caballo cuya linealidad y moralidad encuentra sólo límite en las
palabras y su forma de dar sentido.
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