Wednesday, September 12, 2012

Noche de guardería


El viejecillo da vueltas a su caja musical. El autobús recorre la ciudad. Los murmullos de los pasajeros se convierten en un rumor; al igual que las luces que puedo distinguir a los pies de los edificios grises y rectos. De nuevo piso el alquitrán frío y húmedo de esta gran ciudad con mis botas de cuero. Mi solo contacto con este suelo, me hace evocar aquella noche, aquella noche de guardería. En aquél médico, entre aquellas sillas. La sala de espera. Y tu cuidándome, como siempre. Y yo tranquilo y excitado a la vez.

Hubo una vez una gran avenida con algún MacDonald’s, hubo una vez coches que viajaban más rápido que la velocidad del neón, hubo una vez que hubiera muerto para regalarte inmortalidad. La hubo, hubo aquella sensación pura de protección. Tus caricias eran muros infranqueables para la velocidad de la ciudad. Tu caminar me hacía invulnerable. Mirabas la hora puntualmente. Tus ojos después se perdían en el cosmos. Yo te cogía de la mano y me dejaba llevar. Eras tan inmortal, tan bella, tan ausente. Lo eras todo absolutamente; Y me permitía reírme de la ciudad porque tú me llevabas. E ir al médico no me daba miedo. Encontrar sentimientos era tan fácil como coleccionar cromos, el olor de plástico no sentaba mal, los ejecutivos eran mis divertidos osos de peluche. No existía mucho más en aquél mundo, precisamente porque todo estaba por desvelarse.

Y tú me tenías totalmente. No quedaba nada de mí fuera de ti.

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