¿Te acuerdas de cuando reinábamos en el puerto? De las luces cayendo; la noche haciéndose; ¿recuerdas aquellos trayectos en el suburbano? El metal que tragábamos junto a la botella de Martini; todo en menos de 15 paradas;
Después el mar nos esperaba, las risas y la excitación de entrar en los clubes; de conocer alguna chica nueva; nos encontrábamos en plena competición; Yo llevaba una desacertada camisa a cuadros con la que me sentía muy poco a gusto; tú, mucho más contento contigo mismo, destilabas seguridad y don de gentes por allí dónde pasabas; Yo apenas logré besar el cuello de una australiana; hacerme con el número de teléfono de una peliroja del extrarradio que tonteaba con marroquíes; tú te llevaste una vez a la más guapa, y a mí me tocó soportar a su amiga descaradamente gorda.
Después de todo este tiempo, me parece divertido. Ahora mismo, lo pienso y sonrío; allí, en el puerto donde los sudamericanos aparecían flotando como cadáveres cada dos por tres. Sus ajustes de cuentas no nos echaron atrás; las extranjeras que por allí merodeaban eran demasiado tentadoras para nosotros.
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