Tengo la sensación de que me duele el cuerpo de tanta felicidad. Tengo la sensación de que si en esta ocasión escucho música como lo sueño hacer cuando escribo, romperé a llorar y mi corazón sentirá tal desolación que dejará de latir. Es esa extraña sensación que me asedia justo después de los momentos más sensibles de mi vida: tengo ganas de morir, tengo miedo de morir. Todo por culpa de esta felicidad tan enfermiza que me derrite los huesos.
Esto volvió a pasar en San Juan, otra vez empeñándome en ser joven y en azuzar mi vida; en sacarle la lengua, en doblegarla y casi despreciarla de amor….
Caras nuevas, caras de siempre… otra vez hubo espacio para creer en el amor, en la eterna juventud, en la fortaleza de mi destino… Vaya mierda, cuando sabes que has sido más feliz que nunca, o que prácticamente nunca si más no. Cuando sabes que puede ser la última vez que seas así de feliz. Vaya enorme desazón.
No me importa lo más mínimo mi día a día después de ese San Juan. Quiero despojarme de mis amigos y retener sólo sus almas, sus pinturas; quiero separar lo humano de lo que realmente pueden ser a ojos de la eternidad; una esencia emocionante, un golpe en el estómago que me hace sangrar por la boca…
No sé qué quiero ahora mismo; me desborda una histeria horrible que me aplaca las ganas de de seguir existiendo como hasta ahora lo había hecho. Lo que más me aterra es que no sé con qué quedarme de lo vivido; no sé qué hacer ahora. Es como si hubiera volado todo un fin de semana, y ahora de nuevo me encontrara enjaulado en un cuerpo humano; pero con el recuerdo intenso y dañino de haberlo podido ver absolutamente todo desde ahí arriba.
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