Es lo febril de este enero lo que apunta a febrero ejerciendo de motor del tiempo.
P observa en el televisor la nueva serie que acaban de estrenar: "La serie del hombre aburrido". Como su título indica, esta serie trata sobre la aburrida historia de un hombre aburrido que cada día hace exactamente lo mismo. No sólo eso, si no que lo que hace, a parte de predecible y repetitivo, carece de cualquier tipo de intensidad y pasión, y por tanto, carece de huella, de imprenta imborrable en el corazón de uno.
P ve la serie y se contenta pensando que hay alguien que es más aburrido que él. Y así funciona el mundo. P tiene una vida casi tan triste como la del protagonista de nuestra serie, pero aún así, cada vez que conecta su televisor, se siente vivo, porque su felicidad empieza por la desgracia de los demás. Y las series simplifican esta ecuación de por sí sencilla.
Hace tiempo que elegimos el camino fácil, y no me dejo de preguntar qué sería de P si no pudiese ver esa serie en la que hay un hombre con una vida más miserable que la suya.
Ahora no hará falta que me pregunte más. Cierran series yonkis… y la masa cobra voz propia. Yo aún no sé qué pensar; el mundo digital me viene grande, y por otra parte, cabalgo con mi grupo de música. Cultura sí, está claro. Pero hay algo que me impide posicionarme en contra de la caída de este tipo de portales y no es el predecible motivo: Se trata de la saturación de la oferta, que ya no hace a nadie vivir ni vibrar, ni convertirse en verdadero fan, ni saborear de verdad, ni profundizar todo lo que toca en cada uno de los trabajos que hoy en día circulan por internet.
La masa desaprende a querer. Y esto que pasa con internet va más allá de lo cultural. También sucede con lo sexual: Esta facilidad para acceder al mercado de la carne, de la que yo mismo me aprovecho, me convierte en un hombre que viaja por encima de las velocidades recomendadas para disfrutar del trayecto. Este mundo que vomita sin filtros es demasiado peligroso para unas mentes cada vez más débiles, que son las nuestras. Pero la cosa más alarmante es la reciprocidad; la vinculación entre estos dos elementos: a mayor cantidad de estímulo, menor resistencia mental.
Algunos no se dan cuenta, pero ya hemos empezado. Hemos empezado a comernos vivos mientras nos eyaculamos los unos a los otros. Hemos empezado a morirnos de éxito y placer, hemos saturado las vías de lo romántico, las hemos reventado para dar lugar a la ilimitada autocomplacencia…
No sé qué mierda de mundo es este en el que yo también soy cómplice de la progresiva desvirtualización de los auténticos y genuinos elementos. ¿Quién puede decir que no? Los años de gloria en una vida humana no alcanzan los 20 o 30… quizás demasiado poco tiempo para que nos lleguemos a arrepentir de verdad.
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