Thursday, July 28, 2011

Los hijos de siempre

Cuando me tomo mi tiempo; cuando juego algún solitario; es cuando me doy cuenta de que no tengo un lugar en donde me pueda dispersar del todo para por fin romperme.

El corazón se me parará pronto. Lo sé. Lo sé porque me he dado cuenta de que es importante que para que lata, la cabeza encuentre una pista lisa para correr rala; afilando el viento.

¿Tío, quieres un puto cigarrillo? La espera es el mejor de los lugares para cualquier despistado como yo. Mirando el neumático desgastado; percibiendo la tensión de la curvatura en su base; Disfrutando del momento que hay antes de volver a pensar en lo de siempre… Que qué hago aquí; que qué debería estar haciendo.

Creo que la peor de las condenas de todos aquellos que nos preguntamos algo, es constatar que todos acabamos amontonados en el mismo punto de la cuneta; si es que es cuneta y no callejón sin salida.

Voy a ir avanzando poco a poco y voy a ver si así el impacto, si lo ha de haber, es directamente frontal.

Voy a decidir morir silenciosamente. Morir bellamente; morir para los demás mientras yo sólo me dedico a encontrar mi lugar. Eso es. Morir para vivir tranquilo, sin este ojo gigante que clava su mirada en mi espalda… ¿y si todo aquello a lo que trato de responder es sólo fruto de un proceso social y de mi permanente contacto con la gente que vive en esta dinámica humana en la que yo también me encuentro sumido?

Volvemos al punto de siempre; el número de humanos es un factor decisivo para la concepción y la práctica efectiva de los valores que lleguemos a dirimir.

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