Una autopista con las curvas suaves, dejándose conducir mientras me echo a perder. Cuando vi todas aquellas luces que advertían de que continuar era peligroso, no dudé y seguí en mi libre caída, esperando dar con tus uñas, esperando dar con tu final.
Y aunque no sabía aún si eras una niña o eras mayor que yo, lo que tenía claro es que estaba perdido, y que aquél era un camino de ida, pero no de regreso.
Si no que se lo pregunten al sol de última hora, que fue mi único acompañante y el que me daba calor. Y yo estiraba mis brazos, y tu los perseguías marcando una ruta alternativa, volteando con tus dedos, en silencio y sin saber qué decir…
Me atreví entonces a preguntarte qué pasaba por tu cabeza y contestaste que sólo era mi cuerpo. Entonces yo pensé que si mi cuerpo era lo que tenías dentro de tu cabeza, yo tenía el tuyo entero cubriéndome el pecho, pero por debajo de las costillas.
Y así seguimos unos quilómetros más, sin saber nada; solamente que era un camino peligroso. No nos asustaba. A mi porque nunca me había topado con uno de esos y presumía del desconocimiento del dolor, a ti, me dio la sensación que te daba igual encontrarte con otro más, que no era ni mucho menos el primero, que habías perdido el respeto a todos aquellos que osaron prometerte algo alguna vez, que casi despreciabas cualquier tipo de palabra porque estabas cansada de escucharlas. Que lo único que te creías eran las caricias definidas, los gestos y paseos por tu cuello…
Por eso preferí mantenerme en silencio desde el principio y limitarme a haber imaginado todo esto, como vistiendo lo único que se de ti, que es apenas tu existencia en movimientos, en presencia, en seriedad… Y tú sólo disparaste hacia mí, y yo morí pensándote.
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