No hay tiempo que perder; aunque me pasara toda la vida viajando, no llegaría a ver todos los rincones del mundo, así que llegados a este punto, pararse es una actitud insultante en tanto que absurda.
He de seguir porque no hay tiempo de dudar. Y si por el camino coincido con alguien, que ese alguien piense como yo; que no tenga tiempo de dudar; que haya decidido crecer sobrevolando las entrañas de aquellas otras personas que cree interesantes.
Así es que es probable que nos veamos, como sucede en las películas corales, en donde los personajes de vidas paralelas convergen en un estadío milagroso. Eso es lo que nos pasa a ti y a mi. Somos aves de distintas tierras, pero ansiamos encontrar las mismas cosas en los paisajes ulteriores.
Por eso me miro la cicatriz y me sonrío mucho más que llorarme; porque esa cicatriz que nunca se cierra me la hiciste tú cuando chocamos en los cielos australes. Me rozaste y te rocé, y aún persiguiendo nuestros propósitos incluso diamentralmente distintos, nos entendemos mucho más entre nosotros que con las gentes de nuestros alrededores.
¿Quién puede presumir tan fuerte como yo puedo de tener un libro antiguo abierto recién siempre que el desntino se pone tonto? Me encargas de decirme que aún estoy bien, que puedo mirar para adelante, que nada no tiene solución si todo se mira de frente. Quién puede presumir de algo así? Solo hoy, sólo hoy, déjame jactarme de esta historia que ha decidido suceder encima de mí y de ti. Esta historia que un día como hoy me hace salir de un pozo en que horas antes había caído.
Y seguiremos nuestros caminos, como viene siendo el destino que compartimos, seguir cada uno su camino.
Y nos miraremos en silencio, como guardando un secreto, el uno desde una punto del mundo y la otra desde la otra. Y nadie se va a enterar, haciendo así más bonito nuestro gran misterio.
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