Miejas y más miejas de una tristeza incompetente. Odio sentirme a un paso de la indiferencia. Preferiría sentirme puramente miserable. En ese caso no tendría tiempo de mirar a mi alrededor y comprobar lo que podría haber sido.
Ha pasado el verano. De él solo queda ahora el embrollo de mierda que se ha formado en el desagüe después de lavar cientos de platos llenos de la comida de los demás. Lo que más miedo me da es preguntarme si he aprendido algo.
Quizá no es que no hayan más cosas que aprender. No, claro que no. Cosas que aprender hay a montones. Quizá solo es que mi alma se ha cerrado.
Entonces qué es lo que queda?
El salón del comic, el salón manga, una cuenta atrás breve para antes de volver a empezar. Llega con más fuerza que nunca la mano que quiere garabatear la línea tan plácida y recta de mi destino. En la casa hay puñados de cervezas que mis amigos bebieron. ¿se están riendo de mí? Llevo haciendo lo mismo desde que dejé de ser niño.
Ahora soy un hombre que ya conoce una etapa de racionalidad que le precede, la del adolescente abierto y rajado.
Ahora digo "coño, estoy a más altura de la que imaginaba". Mi cuerpo se inclina y he de utilizar mis brazos para no perder el equilibrio. Quizás es por el peso de la corbata que finalmente elegí llevar, que aún con toda mi voluntad para permanecer en el pico, acabo cayéndome. Cayendo a las rocas.
Mi cuerpo se va deshaciendo, va rebotando de saliente en saliente. No elegí ni un buen paisaje. Muero poco a poco. Soy conciente de mi desintegración. Lo último que pierdo es mi memoria, y así, todo duele más. Mírate ahora y mírate años atrás.
He tosido y me ha venido un moco a la garganta. Voy al lavabo y acabo accidentalmente mi esquela.
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