Tendré la potestad, pienso. Tendré la
potestad para hacer lo que me plazca el día que todos los demás desaparezcan.
El día que haya un campo de trigo rodeándome; nada más que eso. Porque sólo
cuando esté allí, incluso los remordimientos desaparecerán.
Si desaparecen todas las personas, mis
problemas con ellas también desaparecerán.
No me atrevo, no quiero pensar que me han
ayudado a tomar esta decisión todos aquellos mártires que ya actuaron en
diversos centros educativos. No quiero pensar que son los pioneros y que yo
sólo pasaré a engrosar una lista más. Sólo una lista más. He de hacer algo
diferente que el resto, incluso cuando decido arrebatar vidas.
He pensado en decapitar unos cuantos antes de
que las fuerzas del orden lleguen. Chutar sus cráneos con fuerza, ver cómo se
dirigen hacia el firmamento firmando una parábola dominical. Como los domingos
que siempre pensé de merecía pero que nunca tuve.
Pienso otra vez en el campo de trigo, pienso
en Josh, mi amigo ciego que me pidió jugar a pelota en un campo abierto.
Recuerdo su manera de correr y de gritar, de absorber la realidad.
ME pedía que dónde estaba la pelota. Entonces yo la colocaba a dos pasos de el y le contestaba “chuta con todas tus
fuerzas”. El corría y a veces parecía ser capaz de ver el balón al empalmarlo.
Pero ahora Josh ya no estaba y sólo
quedábamos yo, y mi pistola adquirida en Sepúlveda.
Después pensé que quizá chutar cabezas era mi
manera de hacerle ver que seguía en mi memoria. Sonreí en cuanto noté que
después de esa reflexión, aun me importaba menos mi vida.
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