El partido ha empezado; no es un partido cualquiera. Es el último partido. El más largo, pero el último. Gana quien se despereza con más sentimiento; quien mejor se retuerce entre las sábanas; a quién más le duele la luz del amanecer; Gana aquél que es capaz de fundirse con el tono pastel de la estancia.
Ese es el partido que vamos a jugar; el de las tenues vivencias; el de el eterno domingo, el de, ¿porqué no reconocerlo?, las largas relaciones, la familia y los amigos; ese es nuestro último partido. Hay que saber jugarlo. Si cometes un error nunca va a ser el definitivo, pero va a costar olvidarlo mucho más que en el resto de encuentros. Aquí todo es mucho más reflexivo; aquí la vida es como un buen vino; va pasando, la vida va acompañando, es así. La vida cuando se vive de verdad, es cuando te acompaña tú siendo nada.
No eres su dueño, ella es solo tu compañera de viaje, tu propia vida. Es como estas nubes grises de hoy que me obligan a vomitar todo esto; Sí, hoy estoy muy de vuelta. Estoy brillantemente de vuelta, y este ambiente depresivo me gusta sentirlo así, sobre el hilo de tiempo extendiéndose, plácidamente.
No, hoy no me vengas con grandes y atolondradas ciudades. Hoy no me sirve lo urbano.
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