Más allá de extravagantes hipótesis, románticas conjeturas o mágicas casualidades imposibles de interpretar, el amor se me revela como la tristeza más sencilla que en su haber tiene el ser humano.
Me remito a hechos, cuando digo que el amor es una clase de religión, una forma de fe que hay que colocar sobre alguien de tu misma especie. Y si la persona que eliges para depositar esa fe no te corresponde; no pasa nada, la colocarás en otra con el tiempo. Es así, y quién no se quiera dar cuenta, es porque se ha cerrado mentalmente. No depende de las otras personas, encontrar el amor. Depende de una misma.
El amor es, en definitiva, un ejercicio mucho más individualista de lo que parece. Empieza y acaba en uno mismo, y de camino pasa por otra persona.
Pero quiero ir un poco más allá. ¿Qué pasa si es así de triste e individualista el amor? Pues que al final cada persona se acaba enamorando y siendo correspondido (sobretodo siendo correspondido) por alguien igual de feo o guapo que el respectivo. Así es. Algunos amigos míos empezaron entregando su corazón a increíbles bellezas que les correspondían al principio, pero que poco más tarde volaban (cediendo al permanente cortejo de otros machos más atractivos). A cada nueva relación, mi amigo bajaba un poco el listón de lo físico, hasta que llegó un momento en que él se estabilizó. La chica con la que se quedó al final era de guapura parecida a la de mi amigo. Dos personas igual de guapas permanecerán siempre juntas. Esto es como sintonizar la radio: Empiezas probando, te pasas de señal, te quedas corto, te vuelves a pasar, vuelves a quedarte corto y al final la clavas. En el caso de mi amigo, empezó pasándose de señal y sólo se ha dedicado a mover hacia un sentido el regulador. Suerte o desgracia, depende cómo se mire.
Claro que hay otros factores a la hora de decidir pareja: Simpatía, dinero, inteligencia. Pero el que marca la teoría equivalente a la ecuación cinética sin rozamiento ni otros elementos externos es el que aquí desarrollo. Eso sí. Esta teoría funciona más con los hombres que con las mujeres. Las mujeres abogan por el prestigio. Los hombres por el instinto.
Veo que el tiempo me da la razón, y que el amor es muy parecido al catolicismo o al protestantismo. Yo, por mi parte, intentaré seguir creyendo en mí antes que en nadie. Eso no quita que no me pueda embelesar con los increíbles detalles de las grandes catedrales ni adore los motivos que colocaron tan alto los mejores arquitectos de la historia. Pero siempre los observaré sin perder la distancia que hay entre mi cielo y mis pies.
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