Hay veces en que todavía pienso en otro sistema, aunque esté aquí postrado en el corazón de Barcelona. Aún pienso que el mundo puede cambiar conmigo; y entonces me veo adquiriendo otro ritmo, otra manera de existir: los destalles empiezan a ganar muchísima importancia. Sensaciones como respirar son premios; huele mucho más a hierba, el equilibrio quizás es mucho más difícil, pero a la vez es más agradecido. Siempre asustados hemos de vivir; por si alguien quiere más de lo que le ha tocado en un país que sueña en clave comunista.
Las verdades son afiladas; duelen mientas se desvisten de la hipocresía. Se clavan muy profundo y o bien te arrancan una sonrisa, o bien un llanto, pero ambas cosas son sentidas. Creo que el motivo por el que a veces sigo creyendo en otro mundo es porque pienso que en el momento de la muerte te sobreviene una sensación de claridad que te muestra lo cierto que estabas cuando decidiste vivir en el mundo de la manera que querías. Y tengo aquella corazonada de que me iré mucho más contento si he sabido querer a la vida como ella había deseado. La vida en realidad deseaba que la adoráramos por lo que ella nos podía enseñar mientras nos mecía naturalmente; no quería, creo yo, que la quisiéramos por lo que somos capaces de mostrarnos a nosotros mismos mediante nuestros humanos sentimietos. Pero ella nunca va a decir nada, se deja querer como queramos, porque sólo es bondad. Pero se entristece cuando ve que nos autocontemplamos de manera soberbia y no le dejamos hablar a ella.
Por eso aún quiero quererla como creo que ella quiere que la quieran. Porque me iré con la sonrisa franca y el trabajo hecho. Como un hombre más que tuvo el aparentemente pero menudo obviado deseo, deleite y recreo de escuchar y observar a su amada sin que ella se diera cuenta.
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