El último y cansino vals, siempre suena igual. Cuando veo aquellas series de televisión en que las parejas se dan la mano después de hacer el amor en la cama, con las sábanas aún humedecidas, aquellos hombres que no sabes si siguen siendo jóvenes o son ya suficientemente maduros… cuando presiento aquella vulnerabilidad; cuando la evoco, eres tú la persona de quién yo agarro la mano.
Me veo hecho un guiñapo… un humano. Mortal, frágil, inseguro, resquebrajable…
Pero es esa la verdadera vida de la que pretendo huir. Aunque sé que tarde o temprano me va a acabar alcanzando. Y en esa vida llena de humanidad y una madeja de gestos defensivos, es donde tú entras tan limpiamente.
En esa vida que es la que hay cuando repelo todos los sueños y las aspiraciones que me hacen sentir especial, apareces tú, con tu sencillez y tu facilidad para adaptarte al terreno… con tu pasión por la cerveza, por el vino, por la siesta, por la risa, por el sol y por el mar… y con tu corazón de niña…
Pero aún no, nena, aún no he querido darme cuenta de la realidad que yo mismo integro compongo y de la cual soy un agente activo.
Coincidí contigo en el espacio, pero no en el tiempo. Ahí va el mejor tesoro para quien sepa disfrutarlo, con su piel fina, con sus abrazos fuertes, especiales, con su prodigioso despertar.... Yo continuaré vagando un poco más hasta que me arrepienta de haber perdido todo lo que he perdido por mi camino y por mi terquedad.
Tu despertar. No me culpes, por favor, no me culpes… me haces daño, hermana.
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