Tuesday, December 11, 2007

Esquela 121: Durante la vuelta

Ha venido a representar "transformer", el emblemático vinilo de Lou Reed. No sé si el motivo es que llegué a los 150 km/h mientras la recordaba. Muchos piensan que alcanzar los 150 no es nada raro. Yo hace un año que no agarraba un vehículo. Y la última vez que lo hice fue para sacarme el práctico.

Algunos nos han llamado renegados porque vamos de pedazo de tierra en pedazo de tierra. Hay gente que cree que vivir así es de bastardos, de vagabundos, de marginados. A nosotros nos da igual.

Mientras avanzo algún otro vehículo inocente, y la noche se empieza a hacer, recuerdo mi última hazaña, que no es otra que la de tener valor de mirarte a los ojos. Mirarte y ver música. Ver a Lou Reed y su Transformer. Verte en "vicious", sentirte en "perfect day".

Creo que me va a ser difícil olvidar la manera en que vestías. Unas botas a cuadros rojos, un chaquetón negro, y por debajo, asomando, unas medias del mismo color. Una cabellera pirotécnica ((((a juego con tu espíritu)))) que tu amiga estilista te había arreglado con muchísimo acierto y que conjuntaba alocadamente con tus botas. Tenías una piel muy pálida, pero no de aquél pálido enfermizo, habitual en la mayoría de los mortales. Se trataba de un blanquecino vital y puro como el de la nieve que tenías tan cerca, en la sierra. Se podría decir que brillabas por dentro, y que precisamente tus botas y tu pelo, eran el rojo de tu propia llama.

Después, al desprenderte de tu abrigo, nos diste la oportunidad de observar tu figura esbelta. A mí, personalmente, me pareció muy delicada y a la vez exuberante. Dos términos que hasta ahora no pensaba que fueran tan espectacularmente compatibles. Qué coño, tienes unos pechos que quitan el hipo y una figura llena de personalidad, que encuentra su identidad más arrebatadora precisamente en los recovecos que forman todas tus articulaciones.

No soy ningún monstruo, y cuando te veía allí, rodeada de hombres sedientos que no acertaban ya ni a bailar a tu lado, si no que se limitaban devorarte con la mirada, yo trataba de imbuirme en una realidad paralela en la que rezaba porque no existieras.

"Rahú!, Rahú!", pronunciabas mi nombre. De ese modo me arrancabas del letargo, destruías el castillo de naipes que me costaba tanto esfuerzo levantar para cubrirme la cara... Después me ponías un dedo en la cabeza y me hacías rodar como una peonza. Recuerdo que lo hisicte tres veces. Recuerdo que no tuve fuerzas para proponerte que nos fuéramos de allí.

A ti te la suda todo.

Me comentan que hay muchas otras cosas que podría contar de Granada, y de Lou Reed. Pero yo contesto que no quiero ser redundante.

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