Friday, June 13, 2014

Revisión de un pasado turbio


Didac, perro babeante, chuta fuerte, golea. Clava el balón por la escuadra de la puerta del parking.

Didac grita como el retrasado mental que es: “Yavéh, obradoiro!” Es mentira, no grita eso, grita “Abreu”, y no lo grita cuando mete gol, lo grita cuando fallo yo. Se ve que Abreu falló un gol cantado y claro, le colgaron el sambenito de fallagolescantados. Verdad o consecuencia de la verdad, es que a didac le gustaba enseñarnos su polla y leernos relatos eróticos. Ya lo he explicado alguna vez. Didac era nervudo, un joven retrasado pero con nervio. De carne correosa. Ahora sin embargo, él solo llena un bar. Porque está gordo como una morsa. Está orondo, rollizo. Está descomunal, que digamos. Y esos montones blanquecinos de baba que se le acumulaban en las comisuras de los labios, ahora son más bien fuentes de espuma. Espuma fontaines, vaya. Dicho así suena incluso a bello accidente fisiológico. Pero bueno, yo no lo veo así. Lo veo más como un despropósito de una natura que va a  contra natura. Aún recuerdo su polla de pértiga. Polla espada, que le apodó el Miguelón, el gordo Miguelón. Siempre ha estado gordo Miguelón. A mi si me viene un tete que lleva toda su puta vida gordo, pues me creo lo que me dice joder… ahora, si me viene un flaco que ha sido la gran parte de su vida gordo, no me fío de el ni que me paguen. Miguelón era un gordo ágil. Quizás por haber sido siempre gordo, por haber convivido toda su vida con esa gordura, el ser ágil no le supuso un esfuerzo enorme. Porque al fin y al cabo, competimos contra lo que una vez tuvimos nosotros mismos. No contra lo que tuvieron los demás.  Miguelón era un buen amigo, pero fue expulsado del grupo inmisericordemente por abusar de su mirada de cordero degollado y ser gordo. Los del grupo, debatimos acerca del tema asambleariamente primeramente y luego lo sometimos a  votación, como jóvenes de hoy, tolerantes y modernos. Todos votamos a favor de que el gordo de miguelón fuera expulsado del grupo, convirtiendo así sus venideros veranos en una suerte de horrible exilio, en un itinerante ir y venir en soledad, en un danzar huérfano entre los setos de las comunidades del dichoso Calafell Playa. Ese gordo perdió su alma poco a poco. A pesar de seguir obeso, su alma se fue desinflando ante nuestros ojos. Fuimos nosotros quienes lo permitimos. Quienes dejamos que aquello sucediera. Así de oscuras brillaban nuestras almas cada atardecer allí en la urba.

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