Calvas oscilantes. La
acritud de saberse muerto en vida. Como cuando se fuerza una maquina cuyo fin,
cuyo propósito, es, cuanto menos, difuso.
Veo a TPXIXA
especialmente irritante, hoy. O es que yo estoy sumamente irritable. No sé, la bolera con marina me viene a la
cabeza. Una noche, la de fin de año, estábamos borrachos y me pidió varias
veces que la follara. Mientras me lo pedía babeaba. No se daba cuenta. Acababa
de salir de vomitar el lavabo. No me excitó la estampa, precisamente. Menos mal
que los amigos están para esas situaciones, y el entrañable cuello ancho sació
su necesidad dándole polla a cuatro patas. ¿Cuánto hace de eso ya? a saber. Esa
puta bolera… Pero un recuerdo más difuso y mágico es el de Manel colándonos en
la Mallola el verano antes de que empezara el primer curso de nuestras vidas en
ese instituto. Su madre trabajaba allí limpiando. Fue fácil colarse. Después,
en aquellos lavabos soñé con descoyuntar a alguna descuidada. A alguna nena
descuidada digo, encarnando la furia de diez mil dioses en mi rabo. Pero no
pudo ser. Benditas expectativas, que cocidas a fuego lento se convierten en el
perfume imborrable que acompaña a uno hasta el día de su muerte. LA
experiencia, dilatada en un tiempo en donde las preocupaciones se pueden abrir
en canal, donde se puede sondear cada rincón de tu propio temor. Donde tienes
la pausa en la mano. Sí, es goteo constante pero suave, de estímulos que de
verdad merecían la pena. Estímulos vivos, lejos de las luces en RGB. Esa capacidad
de analizar por las tardes de las tardes. La ausencia de grandes objetivos de “grandes
culturas”. El perpetuo descubrimiento de tus propias entrañas, atizarte
fuerte en el culo, dolerte a ti mismo
sin que te duela nada por los demás. Cuanto hace qué no siento el dolor que yo
mismo me pueda infundir. Cuanto he pasado a depender de las expectativas extranjeras,
el ser para los demás. Y aquí, como resultado, estoy.
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