Conforme ha ido pasando mi vida, me he dado cuenta de algo. Y
ese algo es que definitivamente, me hubiera gustado vivir algo más relajado, un
poco más aislado del constante bombardeo informativo al que me veo sometido. Me
hubiera gustado poderme cubrir un poco más frente a la gigantesca cascada de estímulos
que azotan mis sentidos. En otro momento, otro lugar, quizás podría haber
creído más en mis posibilidades. Si no hubiera visto tantos destellos de
calidad en cada rincón del mundo y no me hubieran llegado tantas buenas ideas
que han tenido los demás, quizás hubiera confiado más en mi talento, y en alcanzar
unos objetivos más elevados de los que ahora me marco. Quizás me hubiera dejado
llevar por mis corazonadas, creyéndome valedor de mis razones. Pero no, allí
donde apunto, ya hay alguien que ha disparado. Y eso desgasta y mina, también a
los soñadores como yo. Este mundo en que somos tantos y además cada vez nos
exhibimos con más facilidad, es un buen mundo para los que se conforman con
observar, pero muy frustrante para los que querríamos generar contenidos originales.
Aunque pensándolo detenidamente, no es solo la cantidad de buenas ideas la que
me echa atrás, si no la gran aceptación que tiene para la gran mayoría de la
masa social la basura que también se
crea por el camino. No solo son las
obras buenas, también la mierda. No es solo el acto de la creación en sí, son
también los criterios de valoración que usa la gente. Demasiado de todo.
Empezando por demasiada gente. Falta de pausa, reflexión, acopio de energía y
confianza en uno mismo.
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