Monday, August 25, 2008

Miedo

A veces, prefiero pensar que lo que vale de verdad, es sólo lo que hay en mi cabeza, y que todo lo que "existe" a partir de ahí, todo lo que se desarrolla fuera de ella, es sencillamente una película de colores que se diluyen entre ellos y que llaman la atención al crítico por su poca vivacidad. Y yo, no me preocupo demasiado: Todo aquello no va conmigo. Yo solo tengo que lidiar con lo que me grita la cabeza.

Pero después, cuando estoy dando vueltas por ahí, siento la llamada de mi madre desde el balcón, siento cómo me invita a volver al mundo estandarizado.

La merienda, la televisión, los salones de cómic manga... Todo ello es lo que salvo de la parte sencilla de la percepción.

Las cosas que te importan y que no puedes controlar, nunca pueden formar parte de aquella película en la que deseas que se convierta todo lo que fuera de tu cabeza sucede, sobretodo en los momentos en los que te va mal algo.

Soy un perfecto ejecutor de emociones, un tío ducho en la administración y la gestión de los sentimientos. Pero si no entra capital, no hay mucho por lo cual existir. La empresa se va a pique si no hay materia prima. Si no hay rasguños ni arañazos, si no hay metal en la sangre que trago.

Así, no me puedo jactar de lo que soy.

Mientras los animales mueren, y los quipos uzbekos apuestan fuerte por las estrellas del futbol occidental, se desarrollan millones de historias que esperan ser escuchadas. Relatos que se fundamentan en una base muy definida: Lo justo, lo injusto, lo que merecemos y lo que no. Y después, al final todos acabamos igual de fritos. La lengua del diablo acaba siendo curva para todos, y aunque nos vayamos con una sonrisa dibujada en los labios, tenemos el mismo número de serie pegado en el culo.

Nadie aún nos ha dicho que después de todo este trayecto, nuestro esquema de recompensas, premios y castigos, perdure.

Nos pasamos la vida quieriendo responder ante figuras que deseamos que existan en el más allá, cada uno a su manera, y después, todos acabamos igual de fritos. No ha habido nadie suficientemente fuerte para convencernos a todos de lo mismo.

Y sin embargo, seguimos entregándonos sin garantía alguna, seguimos creyendo que nos observan de modo omnipresente. Pero lo que mueve el mundo, más que el amor, es el temor a perderlo. Es el miedo. Es el miedo, acerca del cual nadie nada escribe.