Thursday, October 19, 2017

Cuando viajamos a Berlín

Berlín, sus luces… Yo con mi cámara en la mano, y sin nada de lo que preocuparme. Había cargado las baterías la noche anterior. Paseando por la ancha ciudad, me pasaba el día robándote planos. Entrando en un montón de comercios. Todo el día entrando en un montón de comercios. Con esa incesante lluvia. El suelo húmedo, las aceras encharcadas, y tú, esperándome fuera de alguno de los establecimientos.. Tú, comprando suvenires, toda la última semana. Entera la última semana. Yo deseando irme de allí. Nunca llegué a pensar, sin embargo, que yo no fui a Berlín para pasarme una semana de tienda en tienda. Yo sólo quería que me preguntaras qué me parecía a mi todo aquello. Pero supongo que me querías hacer pagar de alguna forma tu malestar. Y así tiraste hacia delante, dando por sentado que no había nada que hablar… Pero había algo de lo que nunca me pude cansar. Tú tristeza otra vez. Tu dominio del olvido. Tu ausencia. Tu desidia, tu manera de formar parte del paisaje de una lejana postal. De algo que no me pertenece. Tu facilidad para hacerte evocadora, tu gran talento para hacerme sentir fuera de todo lo que nos sucedía. Y yo, con mi cámara. Haciéndote cientos de planos. Esa era mi declaración de amor. Una declaración tan sutil, que ni siquiera yo fui consciente de ella. Sin embargo, las imágenes han quedado grabadas en la memoria. Ahora ya en ese disco duro que nadie va a reclamar. Allí quedará la prueba de que existimos una vez, de que estuvimos juntos, y de que ni siquiera tus ganas de ignorarlo todo, pueden romper algo que ha pasado y que hemos vivido. Dos, tres años que nunca se nos dieron bien. Yo pidiendo una revisión histórica de los acontecimientos, tú declarando en tus libros de texto que aquello nunca sucedió, y mientras tanto nuestros corazones polarizándose a las luces de un día plomizo y gris, un día de trabajo cualquiera, un día en la gran ciudad de Berlín.

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