Thursday, July 26, 2018

Estado Mayor


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En la noche, otra vez sacudida por mis propios caprichos, mi mente decide cabalgar lejos,  muy lejos de aquí. Cruza los campos de la percepción a lomos de un maravilloso corcel, y mientras atraviesa según que llanuras eléctricas, intenta absorber todo lo que sucede a su alrededor. Están los sonidos, los colores, el viento y el movimiento. Todos los elementos dispuestos de tal forma que da tiempo a asimilarlos. Y ahí empieza el delirio de los soñadores, supongo.

Tocabas el piano con destreza, y yo te prometía grandes figuras. Tú me traías colores distintos. Algunos ni siquiera los conocía. Me tratabas de explicar acordes, y a mí me la sudaba bastante.

Después viene la fase de la nostalgia, que te atraviesa como una bala, y te deja volando por el vacío por culpa de su inercia.

Te acuerdas de los vestidos, de sus telas. De los negocios de otras familias del pueblo.

Nadie nos prometió que aquello fuera eterno, pero a nosotros nos dio por pensar que sí. Nos dio por pensar que existía un lugar perfecto para albergar todas nuestras sensaciones. Un espacio sin rozamiento, donde no existe diferencia entre la idea y su realidad. 

Tenemos ese síndrome algunos, aún. El anhelo del lugar donde cada pequeña cosa merece la pena, donde tiene sentido cada pequeño paso, donde la lucha del día a día es por un motivo noble.

Nos han dejado aquí tirados, en medio de una ecuación que no logramos entender. Vemos este problema matemático, que es la vida, como un planteamiento donde faltan datos , o donde nos ocultan por lo menos, el valor de aquellas partes que son más mágicas.

“¿De qué me sirve sentir?”, hacen que me pregunte constantemente... “¿De qué me sirve sentir en este mundo en el que los que sentimos corremos solos y sin mirarnos a los ojos?”

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