Wednesday, September 27, 2017

En el origen del pensamiento

En el mundo de hoy, cuesta distinguir entre lo íntimo y lo público. Las redes digitales diluyen las fronteras entre el reposo y la profundidad de la reflexión para con uno mismo, y la necesidad de exhibirse para autoafirmarse. El resultado de esta coyuntura, son vácuos ejercicios mentales en dónde se prima más el continente que el contenido. ¿Dónde quedó el "qué"? Supongo que se lo comió el "cómo".

Y en estas estamos. Incluso yo me veo sometido irremediablemente a esta corriente en donde la germinación de mis pensamientos más humanos y secretos, más personales e introvertidos, se ve condicionada desde el minuto cero por un ineludible ansia de exhibición. Me pregunto hasta qué punto soy realmente coherente con lo que creo que sigo pensando. Hay algo dentro de mí, que ya no puedo arrancarme. Es la idea automática de compartir lo que pienso. Dicho así, no suena tan mal, pero creo que el proceso de maduración de cualquier reflexión auténtica y genuina, se ve sacrificado en pos de ese ansia de mostrar a los demás lo que uno lleva dentro.

Es como si nos vistiéramos cada día a la vista de todos nuestros vecinos. Estamos desnudos, y nos da igual que nos vean mientras nos ponemos los calzoncillos y las bragas. Es en ese momento, en el que la rutina de vestirse, deja de ser rutina, para convertirse en todo un ritual público. Ahí, justo ahí, muere el candor que debería esconder dentro de sí ese acto.

Pues bien, en esas me encuentro, y por eso, si te digo por aquí que te quiero, escondo en el fondo de tal afirmación el deseo de que lo leas. Corazon y razón juntos desde el primero momento. No sé si es buena combinación.

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