Sale el panadero
gordo y me da con la barra de pan en la cabeza. El vecindario mira. Cuántas
veces ha pasado ya lo mismo. Las mismas prioridades para el niño pequeño. Las mismas
prioridades de siempre. Comerse los mocos, uno tras otro. Jugándose el todo por
el todo por su propia nariz. Y que nunca deje de moquear. Podrían pasar años y
años exactamente del mismo modo. Menos mal que el panadero gordo ha salido con
la barra de pan y con muchas ganas de arrearle.
Si no fuera por las
ostias que me han pegado, seguiría siendo el mismo gilipollas, el mismo
desgraciado. Seguiría en la misma silla. Si no fuera por los hijos de puta que
me han mirado mal, no me hubiera cuestionado quiénes tenían la razón por la
mano. Si ellos o yo. Y si no hubiera llegado a reflexionar acerca de ello,
puede que me hubiera acabado convirtiendo en uno de ellos. Uno más del
vecindario. De esos que denuncian a las bandas de rock por hacer mucho ruido
cuando sólo son las 6 de la tarde.
Hay mucho gilipollas.
Yo sigo siendo gilipollas. A veces incluso más que antes. Quizás no del modo
habitual. Pero sigo siendo gilipollas. Quizás no soy el típico gilipollas. Pero
sigo sin atender tus llamadas. Quizás soy un gilipollas pionero, pero sigues gustándome aunque me de rabia. Y aunque ya no me duela tanto en el orgullo perder
batallas, sigo siendo un mariconazo gilipollas. Un mariconazo gilipollas a la
última. Vanguardista. Abrecaminos.
No comments:
Post a Comment