Monday, October 20, 2008

Antes de llegar

Y allí estábamos Pedro y yo.

Dando golpes a la pelota en el prado.
Creo que se asemejaba bastante a un campo de fútbol. Por lo menos en el tacto mullido del suelo. Claro que el césped estaba quizá menos cuidado, y crecía desacompasado. Es lo que tiene estar en un prado virgen, no?

El cielo era abierto. Seguro que Pedro también lo notaba. Corría el aire, y la amplitud del lugar se podía percibir por el soplido del viento o por el tacto del mismo deslizándose entre los dedos de las manos.

Le invité a que chutara el primero.

Pedro pegó con fuerza al esférico, que se elevó en parábola, mientras a mi amigo se le escapaba una carcajada incontrolada. La pelota se perdió en un lugar al que incluso a mí me costó llegar más tarde.

Pedro corría ahora, mezclandose como no he visto a nadie mezclarse con su entorno. Intuyendo el sol por el calor en la piel, apuntándolo con sus ojos inútiles.

A veces se aprende mucho de poco. Mejor dicho, normalmente se aprende mucho con poco.

Allí me dí cuenta de un puñado de cosas.
Como que los caballos son libres.
O que las tardes son tardes de verdad cuando se te atraganta la risa.
Que la tiza proviene del cielo y no viceversa.
Que los ojos vienen de las manos y nunca al revés.
Que primero es la potencialidad del amor propio, y después lo que solemos llamar felicidad.

Hay unas herramientas sensoriales que a veces se ausentan por distintos motivos.
Hay unas herramientas más difíciles de utilizar, pero que todos tenemos.

Pedro experimenta. Yo voy con cuidado. No vaya a hacer ninguna locura y se meta en los zarzales sin darse cuenta.

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