Wednesday, November 18, 2015

La despedida.




Debes ser juzgado con dureza. Por tus actos. Debes ser juzgado sin duda. Debes acatar la sentencia de lo absoluto. Porque contigo, la eterna verdad, lo tiene fácil. No has hecho nada, absolutamente nada, por tratar de comprender. Sólo creíste en lo que tus ojos te enseñaron. No quisiste admitir la existencia de otros mundos. Otros lugares que pudieran ser bellos. Solo viviste para ti, y temiste todo lo que te rodeaba. Así te encerraste y creíste que todo aquello que no salía de ti, era simplemente una amenaza. Hasta que tú mismo te convertiste en la amenaza para todos los demás. Si alguna vez se pudiera manifestar una sapiencia absoluta, no te salvarías. No has demostrado ningún tipo de arrepentimiento, no has sido capaz de pedir perdón por el daño que hiciste. En cada uno de tus actos, me quisiste destrozar un poco más. 

Tuve paciencia, y creí que alguna vez podrías cambiar. Por eso traté de sobreponerme al rencor. Es lo que he hecho toda mi vida. Porque quererte borrar del mapa no lleva a nada bueno. Pero al final, seguiste siendo incapaz de reconocer nada más allá de donde acaba tu viciada percepción, renunciaste durante toda tu existencia a abrirte y dejar de ser temeroso usando una política para con los demás llamada miedo, tu filosofía se basó en el dominio a través de la intimidación. Así, es normal que  uno acabe por abandonarte. Abandonarte a tu suerte. No, una persona como tú no va a hacer que emplee mis fuerzas en odiarte. Si cabe, incluso te agradeceré lo que me has enseñado sin querer. Me has enseñado qué es lo que en mi vida nunca tengo que ser. Y te recordaré siempre como el horror que no quiero experimentar de nuevo. Como la mancha oscura que hace que el blanco brille con más intensidad. Porque tu maldad nisiquiera es relativa. Es total.  

Y si alguna vez la desgracia te acompaña, procuraré no alegrarme. Pero no me pidas que sienta lástima por ti.

A mi jefe

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